Era un día soleado de febrero de 2020, cuando 12 hombres indígenas Cofán decidieron realizar un control de rutina en su territorio en el norte de la Amazonía ecuatoriana. Estaban caminando por la selva por los senderos que alguna vez sus ancestros atravesaron, sospechando que podrían encontrar mineros operando ilegalmente en su tierra. Los 12 hombres pertenecen a la guardia Cofán, una fuerza de defensa civil desarmada que protege su tierra de intrusos. Estaban con su uniforme: una camisa verde, pantalones negros, botas de goma, y llevaban una lanza negra de dos metros de largo —un símbolo de la historia de los Cofán como guerreros que luchan por defender su territorio, que hoy es el elemento principal de la guardia indígena.
Mientras atravesaban espesos caminos selváticos, no muy lejos de su pueblo de Sinangoe, la guardia demostró que tenía la razón: al otro lado del río vieron a seis mineros cargando dragas de pequeña escala en una estrecha lancha a motor, que utilizan para buscar oro a lo largo del río Aguarico.
Un video grabado con un teléfono celular muestra a uno de los miembros de la guardia, conocido como al abogado, hablando pacíficamente con dos de los mineros que se quedaron atrás mientras el resto de sus compañeros se fueron caminando río arriba. Los otros guardias los rodean a corta distancia, los miran y escuchan. El abogado explica a los mineros que están en su territorio, y que no pueden buscar oro aquí. Uno de los mineros se justifica y dice que les han dicho que sí pueden sacar oro de ese lugar. En el video, se ve cómo los dos debaten por un tiempo. Después de un rato, el minero responde “nosotros tenemos un compañero ya arriba” refiriéndose a que planean encontrarse con él pronto, río arriba, ya fuera del territorio Cofán.
Desde la década de 1960, los forasteros han tratado de extraer petróleo y minerales del territorio Cofán, que se extiende por casi 62 mil hectáreas en la Amazonía ecuatoriana. Los Cofán son una de las 14 naciones indígenas de Ecuador, un estado proclamado plurinacional —es decir que, se supone, respeta la cosmovisión diversa y los derechos de su población. Pero en la práctica esto ha sido difícil de mantener, ya que muchas comunidades indígenas, como los Cofán, viven en áreas ricas en recursos naturales y, por ende, muy rentables. En el territorio de Sinangoe, la extracción de oro, tanto legal como ilegal, se ha convertido en una amenaza creciente, destruyendo los lechos de los ríos y filtrando mercurio y otros contaminantes a las comunidades río abajo, lo que obliga a las comunidades a tomar medidas para frenar este extractivismo.
En el mismo video, se ve a Nixon Andy, el coordinador de la guardia que tiene 23 años, con las manos cruzadas sobre el pecho, de frente al minero. Ambos se miran fijamente mientras Nixon escucha con atención. Esta vez, su papel no es hablar. Todos tienen un rol cuando se enfrentan con intrusos, me explica Nixon. Antes de cualquier expedición, la Guardia siempre asigna a las dos personas que van a acercarse a los intrusos si se encuentran a alguno, y a una persona para grabar la interacción. El resto se mantiene alerta en caso de que ocurra algo, como una pelea o agresiones, y necesitan intervenir.
Los mineros del video se van sin causar problemas, dice Nixon, aunque sabe que van a regresar. Generalmente es así. “No ha habido casos donde [los mineros] reaccionan mal, pero siempre están pendientes los compañeros que están un poco lejos por si en algún momento ellos reaccionan mal, puedan intervenir para que no haya una discusión, una pelea. No queremos eso,” me dijo Nixon en abril, desde su casa en Sinangoe, a orillas del río Aguarico. “Nosotros siempre somos pasivos, como notificando, avisando que no pueden hacer estas actividades en nuestro territorio. A la gente de afuera no les gusta. Pero bueno, toca seguir.”
La comunidad de Sinangoe pensaba que su lucha con los mineros en su territorio se iba a terminar en 2018, cuando demandaron a tres Ministerios del gobierno que permitieron que parte de la tierra Cofán se vendiera como concesiones mineras, y ganaron. Como parte del fallo, un juez ordenó la cancelación de 52 concesiones mineras pequeñas y la rehabilitación de la tierra a su estado original. La Corte también reafirmó los derechos de la comunidad al agua, un medioambiente saludable y el derecho de la naturaleza.
Pero hasta ahora, no se han llevado a cabo esfuerzos de remediación, y los mineros han regresado, sin concesiones, un flujo de personas que los expertos dicen que probablemente se mantenga, a medida que la minería ilegal crece en la Amazonía.
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Cuando visité Sinangoe en abril de 2021, la guardia se estaba preparando para su próxima caminata extendida de monitoreo y mapeo en todo su territorio, y los acompañé para comprender lo que atraviesan para proteger su tierra y comunidad.
En Sinangoe viven unas 300 personas. Sus casas de madera están esparcidas por una extensión verde abierta y construidas sobre pilotes para evitar inundaciones durante las fuertes lluvias. Los pequeños cultivos de yuca y plátano verde se intercalan entre las casas, cuidadas tanto por hombres como por mujeres, pero por lo general son los hombres quienes se mueven en su vasto territorio de 62 mil hectáreas de selva tropical para cazar y pescar. Sus ancestros hicieron lo mismo y vivieron en diferentes sitios a lo largo del Aguarico y sus afluentes. Durante mi primer viaje a Sinangoe en 2019, caminé por los senderos ancestrales con miembros de la guardia quienes señalaban los árboles de chonta que crecen en áreas esporádicas. Para ellos estos eran indicaciones de que sus ancestros alguna vez vivieron en ese lugar. Plantaron los árboles sabiendo que volverían a cazar o pescar allí, y que encontrarían esta vez chonta fresca para comer.
Sinangoe está asentada a lo largo del río Aguarico, y hasta hace poco tiempo era de fácil acceso por el puente que conectaba la comunidad con la vía que conduce a la carretera principal entre Quito y Lago Agrio. En 2020, el puente colapsó debido a la inmensa erosión del suelo, y ahora tienen que coordinar los horarios de navegación para dejar o recoger a las personas al otro lado del río. Como la mayoría de comunidades indígenas, el río es la fuente principal de vida para los Cofán, donde a menudo pescan, se bañan y donde los niños juegan durante los días calurosos y soleados.
Micheal Cepek, antropólogo de la Universidad de Texas en San Antonio que ha pasado décadas aprendiendo de los Cofán, dice que su idea de una forma de vida valiosa es “vivir una vida de abundancia material” donde la gente pueda compartir y ser generosa con otros y donde se produzcan sus propios medios de subsistencia. “Todo eso requiere vivir en un ambiente ecológico relativamente intacto, que por supuesto está amenazado por la minería y la caza comercial y ese tipo de cosas”, dice.
Jorge Acero, abogado de la organización Amazon Frontlines, dice que la minería ilegal ha sido un problema conocido a lo largo de los ríos en el norte de Sucumbíos durante al menos los últimos 15 años, especialmente en las áreas de La Sophia y Cascales, que se encuentran al norte y oeste de Sinangoe. No hay datos recientes de sitios de minería ilegal en Succumbíos, ya que el gobierno no publica estas cifras. Pero ha habido más movimiento de personas y más campamentos de minería ilegal encontrados en la región desde finales de 2019, dice Acero. Intenté verificar esta información con el Ministerio del Ambiente y las Fuerzas Armadas, pero ninguno respondió a varias solicitudes de entrevista. La agencia de regulación y control minero (ARCOM) tampoco respondió nunca a una solicitud de información sobre la minería en Sucumbíos que presenté en febrero de 2021.
En abril, las comunidades Cofán de la Reserva Ecológica Cofán-Bermejo, en el norte de Sinangoe, denunciaron que había minería ilegal en su territorio. Publicaron fotos de grandes pozos abiertos y grandes parches de deforestación en el área de la reserva, que el Ministerio de Ambiente no detectó ni detuvo a tiempo. La destrucción del lecho del río es solo una de las consecuencias de la minería ilegal. El proceso a menudo implica el uso de mercurio y otros productos químicos para separar el oro de la arena y la suciedad que los mineros excavan, y estas toxinas a menudo se filtran al río a las comunidades río abajo, contaminando también los ecosistemas acuáticos y de peces.
Hay algunos factores que impulsan el aumento de la minería ilegal en Sucumbíos, dice Acero. Primero está el repunte en el precio del oro: el año pasado alcanzó un máximo histórico de 2,070.80 dólares por onza, mientras que la economía colapsó durante la pandemia y el desempleo se disparó. Pero Acero también atribuye el aumento al desalojo del sitio de minería ilegal más grande del país en Buenos Aires, Imbabura, a mediados de 2019 que, según el gobierno, fue parte de una ofensiva contra la minería ilegal en el país, pero que realmente dispersó a los buscadores de oro a otras regiones del país. “Creo que nadie duda que la minería ilegal durante todo el 2020 se ha ido incrementando, y sigue incrementando”, dice Acero.
Sinangoe creó su guardia hace cinco años, antes de la demanda de 2018 y las concesiones mineras en su territorio, cuando tenían encuentros regulares con mineros ilegales en su tierra que excavaban en busca de oro a lo largo del lecho del río contaminado el agua con mercurio y a las comunidades río abajo. En ese momento, informaron estos hallazgos a los funcionarios del gobierno, pero no obtuvieron respuesta.
Hoy, al igual que antes, Nixon dice que denuncia a los intrusos, pero reciben poca o nula ayuda de las autoridades. Su territorio también se encuentra dentro del Parque Nacional Cayambe-Coca, creado en 1970, por eso allí debería haber guardaparques nacionales patrullando regularmente. Pero Nixon dice que nunca los ha visto aquí. “Por eso nosotros en la comunidad nos hemos organizado,” dice Nixon, “porque si nos quedamos con el Estado, vamos a perder. Va perder nuestro territorio, se va a ir dañando.” Sus palabras hacen eco del viejo adagio de que las comunidades indígenas son las mejores para proteger su territorio, que ahora es una obviedad entre los ambientalistas.
No está claro cuántos guardaparques serían necesarios para patrullar adecuadamente esa región, y el Ministerio de Medio Ambiente y Agua (MAAE) no respondió a varias solicitudes de entrevista. Pero este déficit de guardaparques aumentó en 2020, cuando el entonces presidente Lenín Moreno recortó drásticamente los fondos del MAAE y despidió a 398 empleados, 30 de ellos trabajaban en el Sistema Nacional de Áreas protegidas (SNAP) que incluye el Parque Nacional Cayambe-Coca.
Además de la minería, la guardia también ha encontrado intrusos cazando, pescando y sacando valiosa madera de su territorio, recursos de los que también depende la comunidad. Durante la pandemia, los forasteros despojaron su territorio de la madera de balsa que crece a lo largo del río. Esto fue parte de la fiebre de la balsa que se extendió por el Amazonas el año pasado, cuando el precio de la madera se disparó debido a la creciente demanda mundial, particularmente de China, para construir hélices para la generación de energía eólica. “Creo que ya se calmó porque ya se acabó la balsa”, dice Nixon, y agrega que es más una molestia que una amenaza, ya que volverá a crecer y la comunidad no usa esa madera para nada. Más preocupante es la tala ocasional de árboles de canelo y chuncho que utilizan para construir sus casas y canoas, que se utiliza comercialmente para muebles o construcción en el extranjero.
Pero la minería sigue siendo una de las principales preocupaciones de los residentes de Sinangoe, que intentan mantenerla bajo control. En otras zonas de la Amazonía, donde la minería ilegal se ha ido de las manos, como la región de Madre Dios en Perú o en el territorio indígena Yanomami en Brasil, los buscadores de fortuna en busca de oro han traído prostitución, alcohol, drogas, violencia, conflicto interno dentro de las comunidades locales, además de la destrucción ambiental masiva.
Tanto la minería legal como la ilegal se han disparado en todos los países de la Amazonía en los últimos años, afectando al 17,3% de las áreas protegidas y al 10% de los territorios indígenas en la selva, según un estudio reciente de la red de información de la Amazonía (RAISG). En Ecuador, el hotspot minero, tanto legal como ilegal, está más al sur en las provincias amazónicas de Zamora Chinchipe y Morona Santiago, dice Rodrigo Torres, coordinador geográfico de la ONG ambiental Fundación Ecociencia. Es aquí donde están varios de los proyectos de minería a cielo abierto más grandes del país, incluidos Fruta del Norte, de propiedad canadiense, y Mirador, pero también cientos de concesiones más pequeñas repartidas por toda la zona.
Pero la minería legal a menudo va de la mano con la minería ilegal, dice Torres, ya que una siempre sigue a la otra después de que se encuentran los minerales, incluso en territorio indígena. Solo en el territorio Shuar Arutam hay 361 concesiones mineras que cubren el 70% de su tierra —que se extiende a ambos lados de Zamora Chinchipe y Morona Santiago. “Eso es mucho”, dice Torres, “y eso solo está hablando de minería legal, además de que la minería ilegal que está sucediendo en este momento es muy preocupante”. Recientemente, la Fundación Ecociencia comenzó a recibir numerosos informes de las comunidades Shuar cercanas a estas mineras ilegales, en las que dicen tener enfermedades y afecciones extrañas de la piel, como erupciones y verrugas, lo que aumenta la preocupación por el envenenamiento por mercurio.
Torres dice que las mayores amenazas que enfrenta la Amazonía de Ecuador, que cubre alrededor del 42% del país, continúan siendo las industrias minera y petrolera. La falta de control por parte de las autoridades también es un problema importante, dice. A los ambientalistas les preocupa que esta tendencia continúe ya que el nuevo gobierno de Guillermo Lasso ha prometido aumentar la inversión internacional en la industria petrolera y minera del país para crear empleos y abordar la crisis económica del país que fue alimentada por la reciente pandemia.
Esta es también la razón por la que los Cofán de Sinangoe no son la única comunidad indígena que se organiza para proteger su territorio. Andrés Tapia, director de comunicaciones de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana (Confeniae), dice que las comunidades de la selva tropical están fortaleciendo o creando su propia guardia en este momento, específicamente para protegerse de las crecientes amenazas del sector extractivo. “La autodefensa, la defensa territorial, y poder precautelar la seguridad territorial, estos son los principios fundamentales que abarcan todos”, me dijo Tapia, refiriéndose a que no pueden confiar en que el Estado proteja los derechos indígenas o ambientales
Nicolas Mainville, coordinador de monitoreo ambiental de la ONG Amazon Frontlines, ha estado trabajando con la guardia en Sinangoe desde sus inicios. Dice que no están presenciando una fiebre del oro masiva o una minería ilegal a gran escala en el territorio de Sinangoe, pero podrían ser una posibilidad en el futuro si no está controlado. “Quizás eso es lo que está sucediendo en este momento, pequeños focos de extracción ilegal de oro y luego la reputación de un lugar crece lentamente y entra más gente”, dice.
Preparándome para el viaje
Cuando visité Sinangoe en abril de 2021, Mainville me mostró imágenes de video de las cámaras trampa que la guardia ha colocado en puntos estratégicos de su territorio. Las imágenes muestran a forasteros entrando constantemente a su tierra durante los primeros meses de 2021, hasta finales de marzo cuando la guardia recogió las cámaras, en grupos de dos a seis personas, cargando mochilas, tablones de madera y lo que parecen ser materiales para montar, acampar y buscar oro. Nixon dice que las cámaras trampa, los dispositivos gps, los drones y otras cámaras DSLR han sido herramientas importantes para poder documentar lo que está sucediendo en su territorio e informar a los intrusos o desalojarlos.
La guardia no planeaba sacar a los mineros de inmediato, ya que su prioridad es terminar de mapear su territorio y monitorear otras áreas más profundas en la selva tropical.
Estas caminatas cartográficas han sido otra parte importante del trabajo de la guardia durante los últimos dos años, en las que documentan puntos de importancia cultural y ancestral en todo su territorio. Planean utilizar este mapa cultural para solicitar un título de propiedad formal, que presentarán al gobierno ecuatoriano a finales de este año. Para su último viaje de mapeo, se dirigirán hacia el noroeste hasta el río Ccuccuno, mientras monitorean si hay intrusos al otro lado de las montañas. Nixon espera que el viaje dure unas dos semanas, atravesando ríos y terrenos montañosos remotos en el denso calor de la jungla.
Tenía planeado acompañar a la guardia durante el primer día de su caminata y regresar al día siguiente, acompañada por otros cuatro guardias que querían cazar y no quisieron, o no pudieron, continuar por el largo recorrido. Aunque inicialmente me decepcionó que sugirieron que los acompañara solo durante una fracción del viaje, más tarde me enteré de que dos días es todo lo que mi cuerpo acostumbrado a la vida urbana puede manejar. Los Cofán no hacen un entrenamiento especial para estas caminatas, al menos no todavía, dice Nixon, pero regularmente caminan por la selva tropical a un ritmo natural, casi veloz, y entienden su terreno accidentado mejor que cualquier extranjero.
Los Cofán tienen un historial de organización y desalojo de forasteros de su tierra. En otras comunidades Cofán, como Sábalo y Dureno, expulsaron empresas petroleras de su territorio en 1987, 1993 y 1998, explica el antropólogo Cepek que ha estudiado a la nacionalidad por décadas. En 2003, también comenzaron el programa Park Guard, coordinado por la Fundación Sobrevivencia Cofán —manejada por los Cofán—, donde unas 60 personas de las 13 comunidades de esta nacionalidad trabajaron como guardaparques, monitoreando colectivamente sus casi 500 mil hectáreas de territorio. Los guardaparques Cofán, que fueron reconocidos por el Ministerio de Ambiente como guardaparques, enfrentaron una amplia gama de problemas en su territorio: descubrieron plantaciones de coca ocultas y detuvieron el acaparamiento de tierras más cerca de la frontera con Colombia, también detuvieron la minería ilegal, la tala, la caza y pesca en regiones más al sur, dice Felipe Borman, ex coordinador de la Guardia del Parque Cofán.
“Fue una gran oportunidad para que todos mezclaran sus conocimientos y nos contaran lo que estaba pasando en sus comunidades”, me dijo Borman, quien dijo que unificó la lucha territorial de la nación Cofán y llegó a áreas remotas que antes no eran protegidas. El programa terminó en 2014 después de que la financiación internacional necesaria para pagar los salarios y el equipo de los guardias comenzó a disminuir. Pero hoy en día todavía se necesita un monitoreo territorial regular, dice Borman, ya que muchos de estos problemas se han intensificado. Desde 2016, la deforestación en Sucumbíos se ha disparado y alcanzó un pico en 2020, cuando perdió 608 hectáreas de selva tropical, más de 1.135 campos de fútbol, según Global Forest Watch. Esta fue la tasa de deforestación más alta de cualquier otra provincia de Ecuador en 2020.
Nixon es muy joven para haber formado parte del Cofán Park Guards, pero recuerda que estaba por ahí. Él dice que es escéptico de crear hoy una alianza con el Ministerio de Ambiente, como hicieron los guardaparques antes ya que no está seguro de que se pueda confiar en ellos, “porque dicen una cosa, y después otra cosa”, dice. “Es mejor el proceso comunitario . «
El día antes de partir, Nixon me dijo que no estaba nervioso. Sabe que la caminata es agotadora, pero se sintió bien. “Me siento mejor porque ya voy a compartir con los compañeros que vamos a salir a caminar, a conocer más el territorio”, me dijo. “Y es hermoso”.
La guardia pasa la mayor parte del día organizando suministros y dividiendo la comida entre los nueve miembros que irán hasta Ccuccuno. Su prioridad para la comida es cualquier cosa rápida de cocinar y que proporcione ráfagas de energía. Esta vez incluyeron alrededor de 20 paquetes de fideos instantáneos Rapidito, 20 latas de atún, 10 latas de frijoles y guisantes, 8 bolsas grandes de galletas Nestlé (tanto dulces como saladas), arroz, café instantáneo, azúcar, sal, mezclas de bebidas de frutas, caramelos, entre otras provisiones. Llevan todo esto pero realmente esperan que la caza y la pesca sean buenas en el camino.
Nixon revisa una lista de verificación y se asegura de que todos los guardias tengan el equipo de campamento necesario: carpa-hamaca, lona adicional, saco de dormir, faros (la mayoría de los cuales han sido financiados por las ONG Amazon Frontlines y Alianza Ceibo). Él clasifica quién está a cargo de los dos teléfonos necesarios para documentar los puntos de mapeo y quién traerá las baterías adicionales, el dron, las dos radios y el panel solar para cargar las baterías en el camino. La comida y el equipo harán que sus mochilas pesen más de 50 libras cada una, pero nadie se queja.
Hay 18 miembros oficiales de la guardia, pero no todos irán a este viaje. Algunos de los ancianos dicen que es demasiado difícil y está demasiado lejos. Los que van a recorrer la selva profunda tienen entre 15 y 31 años.
Nixon se involucró por primera vez con la guardia hace cuatro años, cuando solo tenía 19 años. Dijo que su padre nunca le enseñó a caminar por la selva, ya que sus padres se separaron cuando Nixon era joven. Pero a través de las redes sociales, él vio a otras comunidades publicando sobre sus luchas territoriales y cómo las unía, y pensó que era algo hermoso. “Ver todo esto me inspiró y me fui involucrando también para ir [al monte]”, dice, donde sigue aprendiendo de sus mayores e intenta replicar sus enseñanzas para poder transmitirlas a los jóvenes.
Una de las formas en que puede conectarse con estas enseñanzas es bebiendo yagé, también conocido como ayahuasca, dice. La bebida de plantas medicinales y alucinógenas ayuda a Nixon a sentirse conectado con la selva, pero también lo obliga a confrontar sus propios miedos o dudas interiores y desafiarlos, dice. Esta misma lección de vida la aplica en el camino, cuando las condiciones se ponen realmente difíciles. En lugar de rendirse, es solo otro momento para desafiarse a sí mismo, dice.
El yagé ha sido tradicionalmente una parte importante de la cultura Cofán porque proporciona una cura para las enfermedades y una conexión más profunda no solo con la naturaleza sino también con el mundo espiritual. Siempre se bebe bajo la guía de un chamán, el líder espiritual de la comunidad, que están profundamente en sintonía con el estado ecológico del bosque y pueden transformarse en animales como jaguares, tapires o anacondas para proteger a la comunidad, explica el antropólogo Cepek. No mucha gente en Sinangoe bebe yagé hoy, ya que muchos de los que se han convertido a las religiones cristianas tienen miedo de los intensos efectos que produce.
Pero algunos miembros de la comunidad están tratando de recuperar el uso regular de la bebida. Esto incluye Alexandra Narváez, la primera mujer en unirse a la guardia. Alexandra se ofreció como voluntaria para la guardia el primer día cuando se dio cuenta de que solo se estaban inscribiendo hombres. Decidió mostrar que “también las mujeres somos capaces de cuidar nuestro territorio”, me dijo, y trata de inspirar a otras mujeres a unirse. Su experiencia ha estado llena de “tristeza y alegría”, me dijo, refiriéndose a que los paseos son agotadores. “Hay días donde dices ya no avanzo, ya no doy más porque estás muy lejos, pero al mismo tiempo te enriquece porque estás conociendo donde caminaban mis abuelos”.
Alexandra es también una de las pocas mujeres en Sinangoe que bebe yagé, comenzó a hacerlo cuando se unió a la guardia para fortalecer su conexión con el territorio. “Los dos van juntos porque si tú no tomas, y no experimentas, no entiendes la importancia de la espiritualidad, lo que nos da esta paz… Son muchas cosas que ya aun nos enriquece”, dice. Alexandra no ha salido con la guardia recientemente, desde que asumió un papel más de liderazgo en la Asociación de Mujeres A’i Kofán Shamecco. Dice que fortalecer la conexión de las mujeres entre sí y su entorno es otra forma de proteger su territorio. Pero decidió acompañar a la guardia esta vez, al menos durante el primer día de caminata. Confirmó su decisión el día antes de partir, después de beber yagé, para ver si podía manejar el viaje. La bebida medicinal, dice, curó los dolores en su cuerpo y le dio fuerza, que fue la confirmación que necesitaba. “El yagé me sanó por completo”, me dijo.
El viaje y los colonos
El día del gran viaje, todos se reúnen en el centro comunitario en el medio del pueblo, frente a las canchas de voleibol pavimentadas. Los cofanes parece que pueden pasar horas en estas canchas jugando “pro ecuavoley” bajo el techo de metal gigante, por las tardes cuando hace demasiado calor para estar bajo el sol, o si está demasiado lluvioso para estar en el chacra. Pero hoy, su cabeza está sobre el camino que tienen por delante. Algunos de los guardias pasan sus últimos momentos con sus familias. Otros, como Nixon, se despiden de sus familias en casa. Nixon dice que si su esposa y su hija de dos años vinieran a despedirlo justo antes de embarcarse y pasaran sus últimos minutos juntos, él nunca podría irse.
Dos canoas motorizadas nos llevan a los 15 río arriba por el río Aguarico, hacia las imponentes montañas amazónicas que hay más adelante. La brisa de la mañana en el barco es fresca bajo el cielo gris, pero el agua helada del río que nos salpica la cara es refrescante. A medida que nos alejamos de Sinangoe y nos acercamos al pueblo más cercano de Puerto Libre, el paisaje a nuestra derecha se vuelve árido, ya que pasamos por grandes franjas de bosque talado que ahora sirven como ranchos de ganado. Desde que se construyeron carreteras en Sucumbíos a principios de la década de 1970 con los primeros pozos de petróleo del país, Sinangoe ha enfrentado crecientes amenazas de colonos que se acercan a su territorio. Llegaron buscando trabajo en los campos petroleros, pero también tierras baratas para convertirlas en ranchos ganaderos y otras actividades agrícolas. Esto fue impulsado por políticas gubernamentales, como la Ley de Tierras Baldías (también conocida como la reforma agraria) de 1964 y la Ley de Colonización de 1978, que incentivaron a las personas a comprar tierras en áreas silvestres de bosque primario, con el objetivo específico de transformarlas en cultivos agrícolas y hacerlas más productivas. El pueblo Puerto Libre, fundado en 1969, se convirtió en uno de esos destinos. Se encuentra a unos 10 kilómetros al norte de Sinangoe, al otro lado del río Aguarico, y hoy está completamente rodeado de ranchos ganaderos.
Muchos de los residentes de Puerto Libre también cruzan el río hacia el territorio de Sinangoe para cazar, pescar y buscar oro. Esto a Nixon lo enfurece. “A veces nosotros vamos allá, pero, ¿qué es lo que hacemos? Compramos el pescado, a veces compramos la carne para compartir con la gente. Pero la gente de afuera viene, viene y se coge y se van, entonces, que ingresen es molestoso”, dice.
Desembarcamos en una zona conocida como Siguyo, donde también viven los padres de Alexandra. Después de una corta carrera a través del espeso bosque selvático llegamos a un río con el mismo nombre. Sin botes que nos ayuden a cruzar al sendero del otro lado, la guardia, sin dudarlo, comienza a caminar por el agua. La mayoría de ellos se quitan los pantalones para rescatar la poca ropa que llevan consigo, ya que nada realmente se seca en la selva con la neblina continua y los bajos esporádicos. Se colocan las mochilas en los hombros y comienzan a caminar a través de los rápidos de gran altura que podrían arrastrarlos fácilmente si dan un paso en falso. Con pasos lentos pero firmes, todos llegan al otro lado. Vacían el agua de sus botas de goma, se vuelven a poner los pantalones e inmediatamente suben a toda velocidad por la empinada colina que hay delante, completamente imperturbables por todo el asunto.
Al otro lado del río, Nixon le dice a un par de guardias más jóvenes que viajan con menos peso que se adelanten y despejen el camino con sus machetes para los demás. Avanzan rápidamente, aparentemente sin esfuerzo. El sendero se empina enseguida, y durante las próximas tres horas la caminata es mayormente cuesta arriba, trepando a través de enredaderas y sobre las raíces de los árboles expuestas, tratando de no agarrar los árboles para usarlos como soporte porque las hormigas rojas podrían trepar por sus brazos, atacar y dejarles picaduras ardientes.
Asociaciones de la Guardia
La guardia no realiza ningún entrenamiento especial para sus caminatas, aunque Nixon y otros miembros dicen que les gustaría. Se inspiraron en la comunidad Nawa de Colombia, que formó la guardia indígena CRIC, o Consejo Regional Indígena de Cauca de Colombia, conocida por su historia de alejar con éxito a los grupos armados de sus territorios utilizando estrategias de resistencia no violenta. El CRIC incluso ha ganado premios por estas tácticas y su contribución a la consolidación de la paz, incluido el Premio Nacional de la Paz y el Premio Ecuatorial del PNUD al liderazgo comunitario destacado, entre otros. En marzo de 2020, el CRIC y otros guardias indígenas del sur de Ecuador se reunieron en Sinangoe para una reunión especial y una sesión de capacitación. Pasaron varios días compartiendo ideas, experiencias y atravesando pistas de obstáculos para desarrollar su fuerza física.
“Tienen un proceso muy fuerte organizativo y creo que como referencia aprender de ellos y su proceso, sí es bueno”, me dijo Nixon, refiriéndose que lo que más aprendió de los líderes del CRIC fue la importancia de involucrar a toda la comunidad en su proceso. “De los pequeños a los grandes, todos tenemos que estar”, dice.
Pero el gobierno ecuatoriano recibió un mensaje diferente de esta reunión, llamando a la guardia indígena “gente radical, extremista”. En el octavo foro sobre Políticas de Seguridad y Derechos Humanos en Fronteras, en enero de 2021, el ministro de Defensa de Ecuador, Oswaldo Jarrin, mostró fotografías de la guardia durante su reunión de marzo, subiendo a gimnasios en la selva y haciendo ejercicio físico. “Eso es la combinación ecuatoriano-colombiana de los grupos étnicos que están formando un ejército”, dijo, y los acusó de ser parte del grupo narcotraficante Comandos de Frontera.
Jarrín continuó diciendo que las comunidades indígenas deben acatar la ley ecuatoriana, “y que no pueden ejecutar ninguna otra ley que no sea de los que están establecidos en la constitución y leyes de la república”.
Acero, abogado de Amazon Frontlines que también estuvo en el foro, se burla de la idea de que los Cofán son una especie de grupo pseudo-militar, ya que ni siquiera están armados. Más que eso, los guardias son parte de la estructura de gobernanza de la comunidad indígena, cuyo objetivo es proteger su tierra, que es un derecho legal según la propia constitución de Ecuador que en su artículo 57 dice que las comunidades indígenas pueden crear y ejercer su propia autoridad dentro de sus territorios. Las acusaciones del ministro, dice Acero, “implican el desconocimiento y la negación total a las formas de organización propia de los pueblos indígenas y sus formas de protección territorial”.
Nixon está molesto por los comentarios del ahora exministro Jarrín y los llama una “falta de respeto”. Pero no es la primera vez que escucha esto de parte de los funcionarios del gobierno. Durante el juicio en 2018 en el que ellos demandaron al Estado, los funcionarios del Ministerio de Ambiente se refirieron continuamente a la guardia como un grupo paralelo o paramilitar, dice Nixon, y agrega: “nada de confiar en el Estado porque el Estado no conoce las realidades internas de las comunidades y como vivimos”.
Los Cofán, dice Nixon, siempre han sido un pueblo relativamente pasivo o tranquilo, y demasiado confiado de los forasteros. Así también entraron las enfermedades, los que se aprovechan de las comunidades y cómo han asesinado familias a lo largo de la historia. “Ahora ya no, ya no”, dice.
El antropólogo Cepek dice que los Cofán no siempre han sido conocidos como pacíficos. Antes de la llegada de los españoles en el siglo XVI, cuando la población Cofán en la región era de entre 35.000 y 70.000, eran guerreros que luchaban contra los incas. Pero cuando los conquistadores españoles entraron en su territorio en busca de oro en 1536, saquearon las comunidades Cofán y trajeron enfermedades que azotaron a la mayor parte de su población. Después de la propagación de una epidemia de sarampión en 1923, la población Cofán era de aproximadamente 300 personas. Esto está explicado en el libro de Cepek A Future For Amazonia: Randy Borman and Cofan Environmental Politics. El propio Sinangoe casi desapareció, ya que se redujo a una sola familia nuclear a principios del siglo XX, pero entre la migración y los matrimonios mixtos con colonos y otras comunidades, lograron estabilizar su población. Hoy, la población de la nación Cofán es de aproximadamente 1.400 personas.
Los abuelos de Alexandra solían contarle sobre sus antepasados, que eran guerreros y que daban la vida para proteger su territorio. “Dice que sí eran bravos”, dice Alexandra, lo que la anima a seguir luchando por su territorio. “Pero lo que no queremos es eso, guerra”, dice, “solo necesitamos que respeten nuestra decisión, que respeten a los cofanes, respeten el territorio, y ya no pasa nada”.
De vuelta en el camino
De vuelta en el camino, los guardias están constantemente bromeando y riendo, saltando entre el español y el A’ingae —el idioma nativo de los Cofán. Comparten historias sobre sus últimas caminatas por el territorio. Nixon recuerda el momento en que no pudieron encontrar una fuente de agua durante tres días, por lo que recolectaron el agua de lluvia que se acumuló en las plantas. “Una planta tipo piña”, dice Nixon, e hicieron avena con ella. “Dos personas se enfermaron en ese viaje”, agrega. ¿Fue por el agua?, pregunto. “Sí, probablemente”, responde.
Llegamos a nuestro primer arroyo cerca de cuatro horas después de la caminata, luego de superar el primer pico. Algunos de los guardias nos presionan para llegar a la próxima parada posible, la próxima fuente de agua, solo cuatro picos más para escalar y otro río para cruzar, más grande y más profundo que el primero. “Son sólo dos horas más”, dice Nixon. Para ustedes, les respondo. ¿Pero conmigo? “Que sean cuatro”, responde. El grupo decide quedarse, y todos comienzan a buscar árboles estables para colocar sus carpas hamacas y lonas, que rápidamente llenan la ladera de la montaña. Mientras tanto, Roberto, otro de la guardia, recoge agua del riachuelo, la hierve sobre el fogón del camping y agrega cuatro paquetes de fideos Rapidito y dos latas de atún (comeremos lo mismo el desayuno de mañana). Alexandra y Juan Herrera —otro miembro de la guardia— comienzan a desplumar las tres pavas que la guardia disparó en el camino con rifles de caza anticuados, de un solo tiro. Esta será la verdadera comida más tarde esta noche, sopa con la carne del ave salvaje, hervida con ajo y sal, y servida con arroz.
Alexandra me dice que a sus padres nunca les gustó que ella hiciera estos intensos viajes con la guardia, ya que ellos se preocupan por ella. Mucha gente en la comunidad también la criticó diciendo que debería estar en casa cuidando a sus hijos y cocinando para su familia. Pero estas críticas ya no la molestan. En medio de la selva, está exhausta pero contenta, y por un momento considera continuar con ellos por el resto de su viaje en lugar de regresar con nosotros a Sinangoe al día siguiente. La gente le pregunta todo el tiempo si alguna vez dejará la guardia por completo, pero ella dice que no. A pesar de que es un trabajo duro y es difícil motivarse para emprender largas caminatas, todos han pasado por muchas cosas juntos y ahora tienen un vínculo importante. “Hay muchas historias juntos, muchas historias caminando… y juntos hemos salido a Lago Agrio, hemos ido a Quito a gritar a luchar por el territorio. Hemos sacado también a los invasores juntos. Cosas muy bonitas he vivido. Y no quiero salirme de la guardia”.
Mientras el resto está montando sus carpas o tratando de encender fuego para cocinar los pájaros, Nixon se recuesta en su hamaca, fuma un cigarrillo, y mira el cielo despejado a través del espacio entre los árboles. Está pensando en el camino que tienen por delante, me dice, y le preocupa que sea un trabajo duro. Conocen el terreno durante los primeros cinco días del viaje, pero después de eso entrarán en un nuevo territorio, sin saber qué les espera exactamente. El aislamiento hace que todo parezca más intenso. Tienen radios para llamar a la comunidad, pero si algo le sucede a alguien, obtener ayuda aquí sería complicado y tendrán que esperar bastante.
Por la noche, la lluvia cae a cántaros y dura hasta la mañana, y seguramente hará que caminar por el barro con equipo mojado sea aún más agotador. Mientras todos empacan su equipo mojado, Nixon dice un par de veces: “Voy a volver con ustedes” y se ríe, bromeando o no. Pero, sin poder evitarlo, hace las maletas, se despide y continúa. Eso es exactamente lo que hace para proteger su tierra.