Legar a la casa de sus padres, Luis y Conta, le toma a la representante juvenil waorani Elisa Enqueri ocho horas en un recorrido que empieza en un bus, se retoma a pie y finalmente se navega sobre un río. Son dos en bus desde El Puyo, la ciudad amazónica del Ecuador donde ella vive, hasta la comunidad de Pandanuque. Luego cuatro de caminata hasta Akaro, y dos navegando por el río Manderoyacu hasta Titepare, su comunidad. Entre más se interna al territorio waorani, una de las once nacionalidades indígenas de la Amazonía ecuatoriana, la vegetación aumenta. Entre el follaje espeso y endémico, aparecen culebras, sajinos, tapires, tortugas y monos que se esconden entre los árboles.
Este reportaje fue financiado por la beca TOA-GK para contar historias a profundidad de la Amazonía.
uando era más pequeña, Elisa Enqueri, hoy de 27 años, no tenía interés en participar en la política, ni ser representante juvenil. Cambió de opinión al ver cómo muchas mujeres de su comunidad eran maltratadas. Algunas eran golpeadas, otras no tenían dinero suficiente para ser independientes, otras debían —deben aún— aguantar a sus esposos borrachos, entre otras formas de violencia. Como Elisa Enqueri, muchas mujeres wao no solían tener posiciones de autoridad.
Como ella, otras mujeres waorani han decidido asumir roles de liderazgo, tratando de cambiar ciertos aspectos de la forma en que tradicionalmente se han ejercido en el mundo occidental. Silvana Nihua y Manuela Ima son dos de ellas. Ambas son lideresas y, desde sus espacios, al igual que Elisa Enqueri, están moldeando las organizaciones e instituciones waorani.
El cambio desde la comunidad
Estar en casa de sus padres es muy distinto a estar en El Puyo. En la ciudad, Elisa Enqueri debe buscar formas de obtener dinero para comida, agua, electricidad y otras necesidades que tienen ella y su hija.
En la selva, en cambio, sus tareas son cultivar la tierra, cazar, ayudar en la casa, cocinar, pescar. Ninguna de estas actividades tienen como finalidad la obtención de dinero. Tampoco hay tiendas en las que se compren alimentos: hay que ir a obtenerlos y hacer todo desde cero.
No hay teléfono ni televisión, solo una radio que usan para escuchar música. Luis y Conta Enqueri, de 75 años y 56 años, viven ahí desde hace seis años. Antes, trabajaron por una década para una petrolera. Pero se jubilaron y se fueron a Titepare, a vivir según las costumbres de sus mayores. Sus hijos Elisa, Laura, Jonathan y Yateve los visitan cada vez que les es posible.
A Elisa Enqueri le asusta entrar a la comunidad sola. Por eso busca la compañía de alguno de sus hermanos o de algún otro familiar. “En la selva hay muchos peligros”, dice. Aún así, al llegar, su expresión cambia.
Está feliz de regresar, dispuesta a apoyar en las diversas tareas de casa. De acuerdo a la cultura de su pueblo y por su género, debería dedicarse a la cocina, al lavado dentro o cerca de la casa. Sin embargo, ella se encarga de otras tareas consideradas masculinas, como ir a pescar, cazar y recoger alimentos. Pero la felicidad de Elisa es personal, familiar. Lo que ve afuera le enfada.
En los waorani, las tradiciones se transmiten desde la oralidad. La memoria de los antepasados se mantienen en canciones o historias. Pero se están juntando otros relatos. Elisa Enqueri cuenta que la violencia física y sexual ahora forman parte de los relatos de las mujeres. No es que esta violencia recién exista. “En todas las comunidades ha habido mucha violencia”, dice.
Elisa Enqueri asocia la violencia que recuerda en su hogar con la llegada de las empresas petroleras. “Yo crecí viendo la violencia de mi papá, cuando él regresaba del trabajo”, dice. “Ahí él veía lo que otras personas hacían, que salían a trabajar y regresaban y eran violentos. Entonces, se reproduce”, explica. De este modo, asegura la antropóloga Catalina Campo Imbaquingo, que “la presencia de actividades extractivas en los territorios incide y de forma directa, no solo en el cambio de la forma de vida, sino que incide en la relación con la naturaleza, en la relación entre hombres y mujeres, en la relación entre grupos” que habitan en estos territorios.
Si bien es claro que muchas formas más fuertes de violencia se acentuaron con el ingreso de las petroleras, no quiere decir que la violencia se inventó recién en ese momento. Antes de su llegada, existían otras formas, como el matrimonio forzado, la falta de acceso a estudios, y la ausencia de acceso a recursos económicos propios.
Para las mujeres wao es más fácil hablar de la violencia que llegó con las petroleras que aquellas que se pueden considerar como “tradicionales”. Aunque ya se ha reducido el matrimonio de mujeres adolescentes con hombres mayores, todavía sigue vigente en algunos territorios wao. Es así como las mujeres indígenas sufren más violencia, pues tienen que enfrentarse a las tradiciones de sus comunidades y a la reproducción del patriarcado colonial.
Conta Omene, madre de Elisa Enqueri, dice que la violencia física no existía en sus territorios. Si ocurría, lo hacían público en las fiestas de la comunidad, así los sabios ponían en vergüenza a los casados frente a todos.
Este tipo de castigo tenía como finalidad de que no se repitieran estos actos. Pero seguían ocurriendo, solo que sucedían de otra forma. Cuando Conta Omene era pequeña, recuerda que tampoco se podía maltratar a las mujeres porque eso podía provocar una guerra entre familias, ya que si la familia de la mujer se enteraba, se iniciaba un conflicto interminable.
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Conta Omene fue una niña huérfana y vivió hasta los dieciséis años con su abuelo Guikita, quien decidió entregarla en matrimonio. Pensaba que, al no tener familia, podría quedar embarazada de algún hombre sin estar casada.
A una fiesta de la comunidad fue invitado Luis Enqueri a tomar chucula, bebida tradicional hecha con plátano maduro. El abuelo de Conta Omene se le acercó y le preguntó si le gustaría casarse con ella. Luis Enqueri dijo que sí.
Hicieron la ceremonia tradicional. Los abuelos bailaron alrededor de ellos, tomaron chucula, mientras les daban consejos para su matrimonio. Luis Enqueri recuerda que para sus padres lo importante era que se casara con una mujer trabajadora. Después de la fiesta, tuvo que llevar a Conta Omene a su casa. Desde esa fecha, él ha mantenido la tradición de ser cazador, trabajar y cuidar a su esposa e hijos, afirma. Según su rol, él es el encargado de proteger a su familia.
No obstante, siempre han existido mujeres que se han salido del canon cultural. Luis Enqueri recuerda a una tía, que era la única mujer cazadora de su familia. Aprendió la construcción y la cacería, también le daban de tomar chicha.
Como lo hizo su madre
La labor de su madre inspiró a Silvana Nihua. “Influyó en mi formación y las decisiones que he tomado y que tomaré en mi vida”, dice la presidenta del Consejo de Gobierno Awenidi de la Organización Waoraní de Pastaza (OWAP). Pero el camino para posicionarse como lideresa no ha sido fácil: le ha tocado exigir sus derechos y los de sus compañeras en los diferentes espacios de tomas de decisiones, como las asambleas.
En la mayoría de sus intervenciones públicas, Silvana Nihua se presenta con una marca de achiote alrededor de sus ojos, símbolo de belleza en las mujeres wao. Desde muy joven decidió que quería ser líder como su madre, Yaya Yeti, quien murió hace cinco años, pero que persiste como promotora en la memoria de la comunidad kichwa de Kiwaro, en la provincia amazónica de Pastaza.
Muchas veces, ha tenido que pedir que se escuchen las voces de las mujeres. “Piensan que al ser menos, sus ideas no tienen importancia, no es necesario escucharlas”, dice. Cuando sucede esto, Silvana Nihua exige que se las escuche y se tome en cuenta su voto con la misma importancia que el de los hombres.
Antes de cada reunión motiva a las mujeres para que participen y opinen, ya que muchas veces están acostumbradas a quedarse calladas y no expresar sus ideas. “Les digo los mensajes que dejaron las abuelas, cuando había guerras: los hombres querían ir para matar, pero las que tomaban las decisiones eran las mujeres. Por eso ahora, en colectivo, nosotros tenemos que tomar esas decisiones”, cuenta Silvana Nihua.
El principal obstáculo para ocupar espacios de decisión, dice, es que los hombres han tomado el liderazgo imitando los modelos de representación occidentales, en los que las mujeres han sido relegadas. Aún así, las mujeres poco a poco han logrado que se escuchen sus voces. En el caso de Silvana, su padre le advirtió que “si estudias tienes que terminar, si fracasas serás entregada a un marido”.
Siempre supo que tenía que esforzarse más, ya que no todas las mujeres podían estudiar. Según la presidenta de OWAP, los padres preferían no enviar a sus hijas a otros territorios o a la ciudad a educarse, por el temor a que quedaran embarazadas fuera del matrimonio.
Para Silvana, el que ella sea lideresa de su nacionalidad ha sido un camino forjado por todas las mujeres que han luchado desde diferentes espacios, para que su voz y su presencia también conforme los lugares de decisión política wao.
Con tan solo veinte y nueve años, Silvana Nihua dice que se necesita reducir la violencia de género, apoyar a que las mujeres estudien y que puedan identificar la violencia que viven y transformar sus realidades, con ayuda de sus familiares y la comunidad. Ella también sostiene que la violencia surgió con el ingreso de las petroleras y mineras a sus territorios.
Eso permitió que se interiorizaran comportamientos como la violencia física contra las mujeres, el consumo del alcohol en hombres y el trabajo asalariado, que han cambiado las dinámicas familiares en los territorios. Para Gilberto Nenquimo, presidente de la nacionalidad waorani de Pastaza, que el hombre sea el que trabaje, el que lleve el dinero a casa, ha significado que la esposa no pueda decidir dentro de la familia.
Eso se ha complicado mucho más en la actualidad, dice, porque los hombres se quedan a beber después de sus jornadas de trabajo. “Ya no son cazadores, no son recolectores, son obreros asalariados”, dice la antropóloga Catalina Campo. Esto ha significado que han dejado de obtener su alimento del territorio y acceden a dinámicas del sistema capitalista como la compra de su comida.
En esas circunstancias, la mujer se vuelve la única responsable de traer la yuca, de la ropa, de hacer las cosas y hasta de ir a pescar. El hombre se convierte en una especie de jefe. “Es como si dijera ‘ya trabajé, ya traje dinero, pero ahora te corresponde a ti,’ y ya hay una desigualdad ahí”, explica Gilberto Nenquimo.
Luchar por otras mujeres
Manuela Ima, de cincuenta y cuatro años, es soltera y no tiene hijos. Eso ahora no es un problema en su cultura. Gilberto Nenquimo, presidente de la Nacionalidad Waorani del Ecuador, explica que es uno de los aspectos que ha cambiado entre generaciones con el paso del tiempo.
Él y Manuela Ima pertenecen a una época distinta, en la que las mujeres no podían elegir a sus parejas o mantenerse solteras. “En el pasado, el matrimonio servía para crear pactos entre clanes”, asegura la antropóloga Catalina Campo. Pero los casamientos entre adolescentes y hombres mayores, sin la posibilidad de elegir la pareja, están desapareciendo. Por ejemplo, de las cuatro hermanas y dos hermanos de Elisa Enqueri, cinco de ellos han decidido y decidirán con quién casarse.
Una de sus hermanas, Sara, sí vivió esto. Elisa Enqueri dice que su madre no quería entregarla a los doce años porque pensaba que era muy pequeña para casarse, pero su padre ya había pactado con la familia del prometido. Ella no pudo hacer otra cosa que aceptar esto.
Gilberto Nenquimo dice que, como presidente de la nacionalidad, ha tenido que solucionar bastantes problemas con la Fiscalía porque el hospital refiere datos de adolescentes de trece o catorce años embarazadas de personas mayores. “Estas uniones deben ser entendidas dentro del contexto cultural”, dice Nenquimo. “En mi cultura no es un problema. En la práctica, por ejemplo, mi mamá me cuenta que me tuvo a los doce años”, dice.
Pero los cambios son evidentes. Elisa y Laura Enqueri no viven con los padres de sus hijos, por ejemplo. “Esto está mal visto en la selva”, Laura Enqueri. Su hermana Elisa se ha esforzado por demostrar a sus padres que puede cuidar sola a su hija Valentina, de cuatro años. Quiere que ella aprenda todo el conocimiento de sus abuelos. Por eso no tiene un trabajo regular, más que la artesanía y el tejido. Así, puede entrar y salir de su comunidad hasta que su hija tenga que ir a la escuela. “En ese momento, será más difícil llevarla”, admite.
Por mujeres como ella, es que Manuela Ima ha luchado toda su vida. Con su cabello oscuro, un rostro que muestra algunas marcas de la edad, con la sonrisa amplia, y sin ningún tipo de maquillaje, comparte su experiencia como lideresa wao.
Manuela Ima empezó su liderazgo en 2008, cuando asumió la presidencia de la Asociación de Mujeres Waorani de la Amazonía Ecuatoriana (AMWAE), cargo en el que estuvo hasta el 2014. Durante este tiempo, organizó talleres sobre artesanías y liderazgo, así como de alimentación e historia. Fueron talleres no solo dirigidos a mujeres, sino también a sus familias, con la idea de recuperar los conocimientos de tejidos, plantas e historias tradicionales de su comunidad.
Ella recuerda que al principio eran pocas las mujeres que participaban en las reuniones de la organización. “Teníamos que ir a las comunidades para motivar la asistencia, para que con el tiempo también sus ideas puedan ser escuchadas” dice. Después de unos años, y luego de terminar su mandato en la AMWAE decidió crear un emprendimiento, llamado Omere, que significa “naturaleza” en lengua waorani. En él, Manuela Ima se dedica al tejido y creación de artesanías junto con /sesenta mujeres.
Sin esposo ni hijos dice que tiene más libertad. Cuenta que hay algunas mujeres a quienes sus maridos no les permiten salir a vender las artesanías o tejidos. También sabe que las mujeres que no tienen independencia económica viven más violencia porque temen separarse y no tener cómo sobrevivir.
Al no tener algunas mujeres libertad para salir del territorio a vender sus artesanías, Manuela Ima visita comunidades waorani, crea talleres de aprendizaje de artesanías, joyas, manejo de plantas —para quienes no saben esta práctica—y se lleva los productos de las mujeres para venderlos en la ciudad. Esto ayuda a que otras mujeres logren salir de espacios de violencia y también a que tengan una parcial o total independencia económica.
Estos talleres también los realizan porque se están perdiendo tradiciones de la cultura waorani. Por ejemplo, ya muchas mujeres habían olvidado la tradición de tejer y, al aprenderla de nuevo, pudieron hacer artesanías para generar sus propios ingresos.
Para Manuela Ima, la educación es fundamental para eliminar la violencia en contra de las mujeres. Cuando visita las comunidades, enseña a hombres y mujeres que nadie puede pegar a nadie. Y no solo se centra en la pareja.
Ella también habla de la no violencia de padres a hijos y viceversa. Según ella, los jóvenes que acceden a una educación de mejor calidad que la de sus padres, tienden a rechazar las creencias culturales e irrespetarlas. Para intentar cambiar estas dinámicas, Manuela cree en la importancia de crear espacios donde la familia pueda conversar, sobre cualquier tema, incluso así sea sobre alcoholismo o violencia.
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Las historias de Elisa Enqueri, Conta Omene, Manuela Ima y Silvana Nihua están marcadas por una necesidad de cambio, y sin duda, por un camino lleno de resistencias al orden naturalizado.
A finales de mayo de 2022, una reforma estatutaria de la Nacionalidad Waorani del Ecuador. “Se hizo para poder dar la igualdad a las mujeres”, dice Gilberto Nenquimo. “Para mí es buena noticia. Es un buen momento porque ha sido una lucha histórica después de 13 años volver a reformar el estatuto, fue una de mis misiones para cumplir”, dice el presidente de la NAWE.
Elisa Enqueri pide más participación en los espacios de decisión institucionales. Dice, por ejemplo, que la Asociación de Mujeres Waorani de la Amazonía Ecuatoriana (AMWAE), en sus estatutos estipula “que solo las socias pueden tener voz y voto. A mí me molesta porque yo soy una mujer waorani que también vive en el territorio y yo también quiero participar”, dice. Clara Becerra, administradora de la AMWAE, explica que su organización “está formada por 168 socias. Sin embargo, todas las mujeres waorani reciben los beneficios de la asociación”, afirma.
Nenquimo espera que más mujeres sigan ingresando a los espacios de administración y decisión, y que logren ser presidentas de su nacionalidad. Para él, una mujer waorani presidenta de la nacionalidad sería “un antes y un después del pueblo”, dice el presidente. “Nunca ha gobernado hasta ahorita una mujer, han llegado hasta vicepresidenta y también la reforma del estatuto es algo histórico”. En 2013, Alicia Cahuiya fue elegida como vicepresidenta de la Nacionalidad Waorani. “Las mujeres siempre estuvieron y siempre han estado antes y ahora súper cercanas a las decisiones trascendentales”, dice la antropóloga Catalina Campo. Las grandes conversaciones en las que los waorani toman decisiones, explican, se realizan en torno al fogón. “¿Y quienes han estado siempre junto al fogón? Las mujeres”, dice.